jueves, 19 de marzo de 2009

Una semana con la Muerte CAPITULO 5

Miércoles. Tercer día

Se despertó con el ánimo con que suelen despertarse los hombres que saben que inevitablemente expirarán en cinco días. El cuerpo pesaba más de lo normal y adentro de su cabeza algo extraño parecía bailar hostilmente. Eran los restos de alcohol que seguían hiriendo. Enseguida el humo de un cigarro desvirtuó el aire ya de por sí manchado. La ventana le mostró un cielo integro por donde pomposas nubes parecidas a ovejas galopaban sin apuros. Sonaban tangos.
Troilo continuaba eternamente sentado y nada parecía perturbarlo en lo más mínimo.
-¿Cómo anda? -le preguntó Torcuato, ya sentado en la cama y fumando el segundo cigarrillo.
-… … -fue la respuesta de la Muerte representada por un gesto abúlico.
-Qué comunicativo que está hoy.
Se resignó y no dijo más nada. Consultó la hora: diez y media. Se levantó, se metió en el baño y al salir se asomó por la ventana. Marcelino no estaba y sospechó que algo malo había ocurrido. Esta sospecha lo perturbó un poco, aunque en realidad estaba sumido en el lógico egoísmo que implicaba el saberse correteando los últimos metros de su vida, y lo demás le importaba poco. Se daba cuenta de eso y sentía cierta culpa. Un mate dulce acarició su cuerpo. Se sentó al lado de Troilo y se lo quedó mirando con la esperanza de recibir aunque sea un gesto lejano. Pero nada.
Torcuato estaba triste ahora:
- Gordo, dígame algo, por favor. Hágame más fácil todo esto.
La Parca giró la cabeza lentamente hasta chocar los ojos con los de Ricciotti.
-¿Qué quiere que le diga…, Torcuato? - con voz arenosa e inerte.
-Algo, no sé… Parece que estoy con un muerto.
-Está con un muerto, Torcuato
-Sí, ya sé, pero me refería a otra cosa. Usted me entiende.
Pero Troilo no dijo nada. Entonces Torcuato fue a buscar el bandoneón y se lo puso nuevamente a su lado.
-Si me toca un tanguito me puedo morir tranquilo, Gordo. No me niegue un tango…, qué le cuesta… Estoy desesperado, gordo.
Pichuco observó el bandoneón detenidamente si expresar ninguna sensación. Pero de repente estiró la mano y a Torcuato se le trazó en el rostro una sonrisa de esperanza; pero no hubo caso, Troilo apenas se limitó a acariciar el instrumento como si fuera una mujer. Luego miró a Ricciotti y dijo:
-No puedo, Torcuato… Guárdelo…, hágame el favor.
-Disculpe la impertinencia, Pichuco…, pero váyase a la mierda.
Torcuato salió de habitación ofuscado y fue hasta la de Pinino. Necesitaba compartir su vivencia con alguien. Pino todavía roncaba cuando Torcuato comenzó a zamarrearlo para despertarlo.
-Ehhhh!!... ¿Qué pasa? –protestó Pinino sin saber dónde estaba, sobresaltado.
-Levantate, Pino. Tengo que hablar con vos -no podía ya más con los nervios, la desesperación ni la angustia.
-Qué rompe pelotas, tano. ¿Qué carajo querés?
-Levantate y te cuento. Es importante.
-No te hagas el misterioso. ¿Qué pasa?
-Necesito que me escuches bien, Pino, estoy mal.
-Tranquilo, tano…Prepará el mate mientras me pego una ducha.
La habitación de Pinino era la más pequeña de la pensión, pero la más habitable. Más allá de ser un sempiterno errante, Pinino cuidaba de su dignidad. Por eso el cuarto estaba perfectamente ordenado y olía casi siempre a lavanda. En una pared colgaba un cuadro de una pareja en su día de boda que probablemente fueran sus padres. En otra, junto a una cruz de yeso, colgaba una foto enmarcada de su hijo luciendo vestimenta militar, tomada poco antes de viajar a Malvinas a morir en nombre de una patria de cretona. El piso de parqué resplandecía y cada rincón estaba aprovechado calculadamente para ganar espacio.
Salió del baño y vio a Torcuato sentado con el rostro ido, pálido y esquelético.
-Dale, contame… ¿qué pasa?
-Pino, vos sos mi gran amigo y sé que me querés tanto como te quiero yo, y eso es mucho…
-No te pongas maricón ahora, tanito. Claro que te quiero, y mucho…. pero dale, decíme… ¿qué sapa? Hace un par de días que estás raro.
-Prometeme que vas a creer lo que te voy contar, aunque sea difícil hacerlo. Creo que si vos me vinieras con una de estas te mandaría a la mierda. Por eso te pido que me creas, porque te juro por nuestra amistad que es verdad.
-Dale, tano, Basta de misterio y desembuchá.
Entonces Torcuato se despachó con un extenso monólogo sobre su encuentro con la Parca que cubrió hasta el último detalle. Y como era de esperar, Pinino tuvo que hacer grandes esfuerzo para no largarse a reír o a llorar, y cuando su amigo acabó el relato y lo miró buscando una palabra de consuelo, se limitó a decir:
-Andá a cagar, tano.
Torcuato se puso de pié, agarró las manos de Pinino y lo miró fijamente.
-Pino, te lo juro.
-Tano…, vos querés que te crea que Pichuco está en tu habitación, que además es la mismísima Parca y que de yapa te me vas a morir el lunes. Estás loco. Perdoname, tano, pero estás loco, y lamento no poder creerte -hablaba como si estuviera seguro de lo que decía, pero había algo adentro suyo que quería creer - Me encantaría, pero no puedo.
-Vení, acompañame a mi habitación a ver si te lo puedo demostrar.
-Tano, dejáte de joder. Vamos a prepararnos que tenemos que ir a laburar.
-Hacéme el favor, vení, acompañame.
-… Dale, vamos.
Fueron hasta la habitación de Torcuato, y:
-¿Dónde está, a ver? -preguntó Pinino, escéptico, como si le estuviera hablando a un niño que asegura haber visto un fantasma familiar.
-Ahí, sentado, mirándonos.
-Dale, tano, dejáte de joder con estas boludeces. Somos gente grande
-Pichuco, -exclamó Torcuato, ahora dirigiéndose a la Muerte- Acá estoy con mi amigo. Le conté todo sobre usted y no me cree. Me haría el favor de hacer algo para que me crea. No sé, una seña, algo.
-¿A quien le hablás, tano? -preguntó Pinino sobrepasado por la situación, que se le antojaba demasiado ridícula- ¿Me estás jodiendo?
-Shh…, pará -y volviéndose a Pichuco- ¿Me hace el favor, gordo?
-Qué esperaba -al fin abrió la meliflua boca Troilo- Es lógico que su amigo no le crea. Debe pensar que usted está loco.
-Por eso ¿Puede hacer algo para que me crea?
Pinino era todo estupefacción y creía que su amigo estaba enloqueciendo.
-Sí, puedo hacer algo -dijo Troilo-, pero su amigo se va a asustar y va a salir corriendo.
-No importa, necesito que me crea.
-Está bien. Dígale que mire esa cuchara -señalando una cucharita que había sobre la mesa.
-¡Ahí va, Pino! -dirigiéndose a su amigo- .Me dice Pichuco que mires la cuchara.
Pese a que todo le parecía un autentico disparate, Pinino miró la cuchara, y cuando esta comenzó a elevarse sola su rostro empalideció, su boca se abrió y formó una mueca boba, sus ojos se agrandaron desencajados, y al fin, cuando la cuchara fue a dar contra la pared como si alguien la arrojase, salió corriendo de la habitación y bajó las escaleras a los gritos.
-Le dije -dijo Troilo a Torcuato- Es normal.
-Bueno, pero al menos ahora me va a creer -musitó Torcuato con ánimo perjudicado.
-No esté tan seguro.
-Gracias por el ánimo que me da.
-No me van las mentiras.
Torcuato no agregó palabra. Se vistió con el mameluco tanguero y fue a mirarse al espejo para contemplarse, lo necesitaba. El espejo le mostró un semblante marcado con yerros y desalientos. Ya no le quedaban fuerzas para más. Volvió, se sentó frente a su muerte, y estuvo buscando en su cabeza alguna palabra oportuna.
-Dígame, gordo… ¿Cómo es la vida después de la muerte?
Troilo lo miró algo desconcertado, permaneció en silencio unos segundos, y respondió:
-No hay vida después de la muerte. Hay muerte después de la vida.
-Es lo mismo. Usted me entiende.
-No es lo mismo, Torcuato…, no lo es.
-Bueno, entonces ¿qué hay en la muerte?
-Nada interesante. Los muertos andamos bogando por un cielo, en barcas tristes, y en silencio -ahora la voz de Troilo parecía ajena, y había un dejo de poesía en sus palabras.
-¿Y se encuentra uno con la gente que conoció en la vida?
-Sí
-¿Sí? Dígame, ¿con quién se encontró? -ahora el ánimo de Torcuato era otro.
-Con mucha gente… Muchos amigos.
-Y dígame, maestro ¿sigue tocando el bandoneón allá arriba?
-No -ahora la Muerte parecía impacientarse- Arriba uno es como una ameba muerta. Solamente se anda bogando, eternamente.
-¿Existe Dios?
-No sea infantil, Torcuato.
Ricciotti iba a decir algo, pero lo interrumpió un grito que llegaba desde afuera. Se asomó a la ventana y vio a Oberlus, que le traía un mensaje: Pinino lo esperaba en el bar “El Chato” urgentemente. Según Oberlus, Pino estaba en estado de shock y no se animaba a subir a la pensión.
Ricciotti se dispuso a salir, y le pido a Troilo que lo esperara ahí, que tenía que hablar a solas con su amigo.
-Vaya nomás.
Antes de abrir la puerta, Torcuato se volvió y miró a Troilo a los ojos.
-Un pregunta, Pichuco. ¿Se encontró con Zita en el cielo?
El rostro de la Muerte se tensó y sus ojos se ablandaron y se mojaron. Torcuato lo percibió y se acercó más.
-Dígame… ¿La encontró?... Responda, vamos -estaba como enojado Torcuato, necesitaba mover algún sentimiento en Troilo.
Pero Troilo no decía nada. Parecía estar a punto de reaccionar inesperadamente. Torcuato se acercó más aún, y con la boca a escasos centímetros del oído de Pichuco, continuó:
-¿La encontró?... ¿Encontró a su amor?
Del ojo derecho de la Parca descendió una lágrima chiquita que fue a posarse en la punta de la nariz. Su cuerpo se encorvó más. Parecía que quería decir algo y no le salían las palabras.
-En un rato vuelvo -agregó Torcuato. Se sentía más fuerte ahora, creía que había tocado el corazón de su muerte y se sentía más entero, aunque era conciente de la inconstancia de su ánimo. Añadió:- Si quiere seguimos hablando.
Torcuato salió de la habitación, y el sonido de la puerta al cerrarse escondió las ultimas palabras de la Muerte envueltas en migajas de voz muerta: “Espero un segundo, Torcuato, por favor, no se vaya así…”

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